China Labour Bulletin is quoted in the following article (in Spanish). Copyright remains with the original publisher.
Jose Reinoso
Beijing 19 January 2012
La población urbana es por primera vez mayor que la rural en China, un cambio histórico que tendrá grandes consecuencias sobre la fuerza laboral en la llamada fábrica del mundo y someterá a una fuerte presión a los servicios sociales, el transporte y el medio ambiente en las ciudades, según los expertos. En 1949, cuando Mao Zedong proclamó la República Popular China tras vencer a los nacionalistas de Chiang Kai-shek gracias al apoyo de las masas agrarias, el 89% de la gente vivía en el campo. En los 30 años que siguieron, esta cifra solo bajó ocho puntos y se situó en el 81%.
Pero el proceso de apertura y reforma lanzado por Deng Xiaoping en diciembre de 1978 tras la muerte del Gran Timonel llevó a cientos de millones de campesinos a dejar sus pueblos en las décadas que siguieron para beneficiarse del rápido crecimiento económico. El fenómeno ha sido de tal envergadura que a finales de 2011 vivían en las ciudades 690,79 millones de personas –es decir, el 51,27% de un total de 1.347,35 millones de almas-, frente a 656,56 millones en el campo (el 48,73%).
Los datos, facilitados el martes pasado por la Oficina Nacional de Estadísticas, marcan un punto de inflexión en el país más poblado del mundo, que ha experimentado uno de los procesos de transformación social y económica más rápidos e intensos de la historia de la Humanidad. Según el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, la urbanización de China, junto con los avances tecnológicos en Estados Unidos, son los dos fenómenos más importantes que moldearán el desarrollo del mundo en el siglo XXI.
Se prevé que en 20 años la población urbana represente el 75% del total. Para entonces, el país asiático podría haber superado como mayor economía del mundo a Estados Unidos, donde en la actualidad el 82% de la gente vive en las ciudades. En India, es el 30%, y en el conjunto del mundo, el 51%. “China ha sido un país basado en la agricultura durante miles de años. La agricultura reflejaba la gestión y la organización del país. Ahora, se ha convertido en urbano”, afirma Duan Chengrong, subdirector del Instituto de Sociedad y Población en la Universidad del Pueblo, en Pekín.
Los investigadores afirman que el número creciente de residentes urbanos está ejerciendo una gran presión sobre los recursos –como agua, gas, electricidad-, los servicios sociales –hospitales, colegios- o las infraestructuras de transporte. Además, menos campesinos pobres puede significar menos mano de obra barata para las factorías o, en cualquier caso, obreros más exigentes y salarios más altos. Algo que ya está ocurriendo, con las consiguientes consecuencias para la fábrica del mundo, y, potencialmente, para el paisaje manufacturero global.
Una gran parte de quienes integran el cambiante paisaje de las ciudades chinas son trabajadores llegados en busca de empleo en la construcción, en los restaurantes o en otros sectores. Según la oficina estadística, hay 252 millones. Estos emigrantes en su propio país son tratados a menudo como ciudadanos de segunda clase. Aunque son contabilizados como residentes urbanos si llevan trabajando en la ciudad más de seis meses, su hukou (registro de residencia) sigue estando en sus pueblos, por lo que tienen poco o ningún derecho a seguridad social y servicios de educación en los lugares a los que se han trasladado.
“La vida de quienes emigren a las ciudades será más dura de lo que pensaban. Estos trabajadores están en lo más bajo de la sociedad. No tienen los mismos beneficios sociales que los residentes urbanos. Sus salarios son inferiores a los de los locales y sus costes de vida son más altos porque no tienen hukou urbano. El hukou es uno de los mayores problemas que tendrá que resolver el Gobierno”, asegura Cheng Jiansan, director del Centro de Investigación Económica del delta del río Perla -zona donde hay miles de fábricas- en la Academia de Ciencias Sociales de la provincia sureña de Guangdong.
Esta situación ha generado frustración entre muchos emigrantes –especialmente, los jóvenes- y ha sido fuente de protestas violentas. En junio del año pasado, estallaron tres días de disturbios en Guangdong, después de que corrieran rumores de que varios agentes habían apaleado hasta la muerte a un vendedor callejero y habían maltratado a su esposa embarazada. Luego resultó que el hombre estaba vivo, pero la amplitud de la revuelta puso de manifiesto el resentimiento existente entre los emigrantes.
“El proceso de urbanización ha tenido un efecto positivo porque ha dado trabajo a los habitantes de las zonas rurales, pero, al mismo tiempo, muchos han sido explotados”, dice Geoffrey Crothall, portavoz de China Labour Bulletin, una organización de defensa de los derechos laborales en China con sede en Hong Kong. “El rápido desarrollo que están experimentando algunas regiones del interior está haciendo que muchos trabajadores regresen a sus pueblos porque ahora hay más oportunidades”.
La sociedad agraria que llevó al poder a Mao Zedong se está diluyendo. Pero el Gobierno confía en que el aumento de la clase urbana ayude a impulsar el consumo y, por tanto, la economía, ahora demasiado dependiente de las exportaciones y la inversión. Porque el dinero sigue estando en las ciudades. El ingreso per cápita anual disponible en las zonas urbanas alcanzó el año pasado 21.810 yuanes (2.690 euros), un 8,4% más que en 2010, mientras que en el campo el ingreso per cápita en metálico (es decir, sin incluir, por ejemplo, las rentas que suponen el consumo de alimentos de cultivo propio) fue de 6.977 yuanes (860 euros), un 11,4% más.
Para ello, los dirigentes chinos deberán mejorar las condiciones de estos emigrantes internos. “La esperanza del Gobierno es que contribuyan al consumo, pero veo muy pocas evidencias de que esto haya ocurrido en los últimos años”, afirma Crothall. “Siguen teniendo que ahorrar mucho para hacer frente a la falta de seguridad social y ayuda al desempleo, o al coste de la educación de los hijos”.
Jose Reinoso
Beijing 19 January 2012
La población urbana es por primera vez mayor que la rural en China, un cambio histórico que tendrá grandes consecuencias sobre la fuerza laboral en la llamada fábrica del mundo y someterá a una fuerte presión a los servicios sociales, el transporte y el medio ambiente en las ciudades, según los expertos. En 1949, cuando Mao Zedong proclamó la República Popular China tras vencer a los nacionalistas de Chiang Kai-shek gracias al apoyo de las masas agrarias, el 89% de la gente vivía en el campo. En los 30 años que siguieron, esta cifra solo bajó ocho puntos y se situó en el 81%.
Pero el proceso de apertura y reforma lanzado por Deng Xiaoping en diciembre de 1978 tras la muerte del Gran Timonel llevó a cientos de millones de campesinos a dejar sus pueblos en las décadas que siguieron para beneficiarse del rápido crecimiento económico. El fenómeno ha sido de tal envergadura que a finales de 2011 vivían en las ciudades 690,79 millones de personas –es decir, el 51,27% de un total de 1.347,35 millones de almas-, frente a 656,56 millones en el campo (el 48,73%).
Los datos, facilitados el martes pasado por la Oficina Nacional de Estadísticas, marcan un punto de inflexión en el país más poblado del mundo, que ha experimentado uno de los procesos de transformación social y económica más rápidos e intensos de la historia de la Humanidad. Según el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, la urbanización de China, junto con los avances tecnológicos en Estados Unidos, son los dos fenómenos más importantes que moldearán el desarrollo del mundo en el siglo XXI.
Se prevé que en 20 años la población urbana represente el 75% del total. Para entonces, el país asiático podría haber superado como mayor economía del mundo a Estados Unidos, donde en la actualidad el 82% de la gente vive en las ciudades. En India, es el 30%, y en el conjunto del mundo, el 51%. “China ha sido un país basado en la agricultura durante miles de años. La agricultura reflejaba la gestión y la organización del país. Ahora, se ha convertido en urbano”, afirma Duan Chengrong, subdirector del Instituto de Sociedad y Población en la Universidad del Pueblo, en Pekín.
Los investigadores afirman que el número creciente de residentes urbanos está ejerciendo una gran presión sobre los recursos –como agua, gas, electricidad-, los servicios sociales –hospitales, colegios- o las infraestructuras de transporte. Además, menos campesinos pobres puede significar menos mano de obra barata para las factorías o, en cualquier caso, obreros más exigentes y salarios más altos. Algo que ya está ocurriendo, con las consiguientes consecuencias para la fábrica del mundo, y, potencialmente, para el paisaje manufacturero global.
Una gran parte de quienes integran el cambiante paisaje de las ciudades chinas son trabajadores llegados en busca de empleo en la construcción, en los restaurantes o en otros sectores. Según la oficina estadística, hay 252 millones. Estos emigrantes en su propio país son tratados a menudo como ciudadanos de segunda clase. Aunque son contabilizados como residentes urbanos si llevan trabajando en la ciudad más de seis meses, su hukou (registro de residencia) sigue estando en sus pueblos, por lo que tienen poco o ningún derecho a seguridad social y servicios de educación en los lugares a los que se han trasladado.
“La vida de quienes emigren a las ciudades será más dura de lo que pensaban. Estos trabajadores están en lo más bajo de la sociedad. No tienen los mismos beneficios sociales que los residentes urbanos. Sus salarios son inferiores a los de los locales y sus costes de vida son más altos porque no tienen hukou urbano. El hukou es uno de los mayores problemas que tendrá que resolver el Gobierno”, asegura Cheng Jiansan, director del Centro de Investigación Económica del delta del río Perla -zona donde hay miles de fábricas- en la Academia de Ciencias Sociales de la provincia sureña de Guangdong.
Esta situación ha generado frustración entre muchos emigrantes –especialmente, los jóvenes- y ha sido fuente de protestas violentas. En junio del año pasado, estallaron tres días de disturbios en Guangdong, después de que corrieran rumores de que varios agentes habían apaleado hasta la muerte a un vendedor callejero y habían maltratado a su esposa embarazada. Luego resultó que el hombre estaba vivo, pero la amplitud de la revuelta puso de manifiesto el resentimiento existente entre los emigrantes.
“El proceso de urbanización ha tenido un efecto positivo porque ha dado trabajo a los habitantes de las zonas rurales, pero, al mismo tiempo, muchos han sido explotados”, dice Geoffrey Crothall, portavoz de China Labour Bulletin, una organización de defensa de los derechos laborales en China con sede en Hong Kong. “El rápido desarrollo que están experimentando algunas regiones del interior está haciendo que muchos trabajadores regresen a sus pueblos porque ahora hay más oportunidades”.
La sociedad agraria que llevó al poder a Mao Zedong se está diluyendo. Pero el Gobierno confía en que el aumento de la clase urbana ayude a impulsar el consumo y, por tanto, la economía, ahora demasiado dependiente de las exportaciones y la inversión. Porque el dinero sigue estando en las ciudades. El ingreso per cápita anual disponible en las zonas urbanas alcanzó el año pasado 21.810 yuanes (2.690 euros), un 8,4% más que en 2010, mientras que en el campo el ingreso per cápita en metálico (es decir, sin incluir, por ejemplo, las rentas que suponen el consumo de alimentos de cultivo propio) fue de 6.977 yuanes (860 euros), un 11,4% más.
Para ello, los dirigentes chinos deberán mejorar las condiciones de estos emigrantes internos. “La esperanza del Gobierno es que contribuyan al consumo, pero veo muy pocas evidencias de que esto haya ocurrido en los últimos años”, afirma Crothall. “Siguen teniendo que ahorrar mucho para hacer frente a la falta de seguridad social y ayuda al desempleo, o al coste de la educación de los hijos”.